el filósofo hispanomexicano nació en algeciras en 1915
y murió en ciudad de méxico en 2011.
es autor, entre otros libros clásicos, de las ideas estéticas de marx,
Traducción e introducción del extraordinario libro del filósofo checo
El próximo 17 de septiembre se cumplirán cien años del nacimiento de
Adolfo Sánchez Vázquez en Algeciras, Cádiz, y cuatro años de su desaparición el 8 de julio de 2011 en Ciudad de México, y con ese motivo se organizó un importante coloquio los días 1, 2 y 3 de septiembre en la Facultad de Filosofía y Letras de la
UNAM.
La vida de Sánchez Vázquez transcurrió entonces durante casi todo el siglo XX y parte del XXI y, en ese lapso, se vio enfrentado a diversos movimientos que conmocionaron al mundo, que le permitieron templar el carácter y enfrentar con entereza las adversidades de la historia.
Su primera experiencia fue vivir en medio de una coyuntura histórica: la defensa de la República española frente al fascismo. Muy joven, se incorporó a la militancia política en las juventudes comunistas y tomó las armas en el frente de Aragón y en la batalla de Teruel. Para desgracia del mundo, los republicanos fueron derrotados y miles de españoles tuvieron que salir al exilio. Ha quedado para la historia aquel acto del Presidente Cárdenas abriendo las puertas de México a los refugiados entre los que venían algunos representantes de lo más granado de la ciencia, la filosofía, el arte y la literatura, para fortuna nuestra y para desgracia de España. Sánchez Vázquez, junto con sus compañeros de camarote en el Sinaia, Juan Rejano y Pedro Garfias, vislumbró a lo lejos las costas de Veracruz teniendo como horizonte un destino incierto. Cada vez que se ofrecía, Sánchez Vázquez recordaba los versos de Garfias:
Como en otro tiempo por la mar salada
Te va un río español de sangre roja,
De generosa sangre desbordada…
Pero eres tú, esta vez, quien nos conquista
Y para siempre, ¡oh vieja y nueva España!
En el frente de Cataluña en 1939, con Manuel Vidal, Fernando Claudín y Manuel Azcárate
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En aquel período, el joven Sánchez Vázquez quería ser poeta, como Machado, como Emilio Prados, como Rafael Alberti. Inclusive escribió un libro de poemas que perdió en la guerra, denominado El pulso ardiendo y que, con inmensa alegría, recuperó de manos de Manuel Altolaguirre en México. El exilio fue para Sánchez Vázquez un profundo trauma, un desgarrón, una ruptura interior, “una herida que nunca cierra”. Así lo escribió con todo su dramatismo en su epílogo al libro Exilio! que se publicara en 1977 en México, en el que participaron valiosos escritores y prologó García Márquez. Cada quien tiene el derecho de asumir una posición frente a sus experiencias vitales y de caracterizar acontecimientos tan dolorosos como la pérdida de su propia patria. Sin embargo, como el propio Sánchez Vázquez decía, había que asumir los retos que surgían en la nueva tierra: había que luchar por la vida: traducir, enseñar, cuidar a los niños de Morelia, sintetizar argumentos de películas, pero también redoblar su militancia en el Partido Comunista Español: porque había que volver a España y derrotar al dictador. Pero llegó un momento en el cual la sección mexicana del Partido chocó con la dirigencia del pce y este choque lo llevó a concentrarse en sus estudios de literatura y filosofía. Fue entonces que en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM encontró, por primera vez en su vida, a un filósofo marxista “de carne y hueso”. Se llamaba Eli de Gortari, quien lo nombró su ayudante. Más tarde, Eli y Adolfo se convertirían en las dos figuras centrales del marxismo en México y Latinoamérica. Uno desarrollando la vía de la lógica dialéctica y la filosofía e historia de la ciencia, y el otro, realizando toda una impugnación de la profunda deformación a que habían sometido a Marx los burócratas del “socialismo real”. El primer golpe lo dio Sánchez Vázquez con su libro Las ideas estéticas de Marx (1965) en el cual demostró que había una enorme riqueza estética en sus ideas y que el realismo socialista era una auténtica falsificación. Se unía así a pensadores como Lukács, Brecht, Della Volpe, Gramsci y tantos otros que reunió en una antología de dos volúmenes (Estética y marxismo, 1970). El segundo golpe radical fue el de recusar la concepción mecanicista de la filosofía, el célebre “materialismo dialectico” staliniano y proponer la tesis central de que el “marxismo era una filosofía de la praxis” (Filosofía de la praxis, 1967). Aquí hay que afirmar que, a pesar de que otros autores como Gramsci y Labriola sostuvieron esta tesis, la vía profundizada por Sánchez Vázquez fue original y distinta a la seguida por ellos o después por la yugoslava Escuela de la praxis. He realizado un trabajo en el que confronté las posiciones de Sánchez Vázquez y Gramsci y en donde encuentro puntos de identidad y diferencia, así como la necesidad de una síntesis superadora (En Raíces en otra tierra. El legado de Adolfo Sánchez Vázquez, varios autores, Era, 2013)
El escritor Adolfo Sánchez Vázquez saluda después de recoger el Premio Nacional de Artes 2002. Foto: Cristina Rodríguez / La Jornada
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Sus reflexiones sobre la estética y la filosofía de la praxis, que durarán toda su vida, representan, de por sí, una hazaña que sólo realizan los grandes filósofos al poner en cuestión las propias convicciones y emprender una profunda reforma del entendimiento. En efecto, las revelaciones de Jrushchov en el XX Congreso del PCUS en torno a los crímenes de Stalin; el triunfo de la Revolución cubana; la invasión del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia para impedir la llamada “Primavera de Praga” y una rigurosa y penetrante reflexión sobre la obra del joven Marx que lo llevara a escribir su libro Filosofía y economía en el joven Marx (los manuscritos de 1844) publicado en 1982, le permitieron concluir que había que explorar la senda de las relaciones entre teoría y praxis. Sobre la estética posteriormente vino una serie de libros que culminaron con su Invitación a la estética y De la estética de la recepción a la estética de la participación (2005). Pero Sánchez Vázquez también profundizó en el terreno de la ética que había sido abordado de manera insuficiente en el marxismo. En su Ética (1969) declara que el movimiento estudiantil mundial de ese año, que culminó en México con la terrible matanza de Tlaltelolco, fue lo que lo llevó a publicar un libro de texto sobre este tópico. Sin embargo, era también necesario esclarecer la relación de la obra de Marx con la ética y los innumerables problemas que se han presentado en el terreno político. Es por ello que dos de sus últimos libros fueron dedicados a la reflexión sobre los valores (El valor del socialismo, 2003) y su crítica al pragmatismo en la izquierda y su evaluación de la no violencia a propósito del neozapatismo, movimiento con el cual se solidarizó (Ética y política, 2007), pero también agregaría su extraordinaria meditación sobre la violencia en su Filosofía de la praxis, abordando preguntas como: ¿qué es la violencia?, ¿cuáles son sus diversas formas?, ¿cuáles sus causas?, y también si es posible un mundo sin violencia. El tema de la ética también lo llevó a escribir ensayos como “Izquierda y derecha en la política ¿y en la moral?”